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viernes, 12 de agosto de 2016

El Corazón del Mar...

Dicen que todas las historias de grandes amores terminan en un 'Feliz por Siempre'. Esos, son cuentos, las historias que pasan a ser leyenda, de cantos antiguos van formados. Pero ésta, que ésta empieza en un: 'Érase una vez una historia de cuyo lugar y nombre no quiero acordarme; un despiadado pirata, de cuyo nombre, te digo ahora, es mejor no acordarse y de una sirena; sí amigo, de una sirena que si puedes; por tu bien, de su nombre saldrás libre al no recordarse'. 

Porque del firmamento de la noche, una lejana estrella cayó al mar. 'La Última Estrella'. Y de la tierra de hombres, jamás imaginaríamos lo que habría de desatar ése acontecimiento, lo que traerían consigo las estrellas. Dolor, codicia, tentación, vanidad, ambición, destrucción, sangre... y la voz no tardó en esparcirse en todo el reino, por algo que conoceríamos después como: 'El Corazón del Mar'.

—Ha sido una flota naval entera. ¡Y de tu boca sólo salen articulaciones de un cuento! —Encolerizado, asestando un golpe de sobresalto en la mesa ante la audiencia, el Rey al sobreviviente náufrago de sus navíos—. Qué cómo no te dé ahora mismo por la verdad, que Dios mismo te ampare de mi mano al arrancarte la lengua. ¡Llevadlo al calabozo!

—Su excelencia, que ha sido verdad. Todo lo que os he referido, ha sido verdad, en nombre Dios, piedad de mí—. Gritaba con horror, aquel hombre siendo arrastrado por la guardia real.

—Henry. ¡Traedlos ahora mismo! —Ordena el Primer Ministro al interés del rey, que sin dilación son presentados—. Fueron hallados en naufragio, españoles.

A la mirada del rey, los prisioneros contaron con detalle lo que habían vivido: "Nos hallábamos a distancia prudente de las naves francesas, y que si Dios manda, de aquello que vimos no dimos cabida, que el catalejo no nos dejaba mentir, todos los hombres fueron en especie de locura se armaron contra sí mismos, para asombro de todos prendieron fuego a su propia embarcación. Y a los nuestros no tardo aquello en ser, las aguas se tornaron en algo que en mi vida había sentido y una voz, un canto femenino, melodioso acariciando el agua y pronto caímos en una especie de seducción. En esa seducción se apoderó de nosotros la codicia por tenerla a ella y nuestra flota arreció contra sí misma en ríos de sangre que atrajeron a los tiburones, pero nuestra importancia era esa voz que... Jajaja jajaja quien quiera la haya escuchado tarde será para regresar, y yo quiero regresar ya..."—. Los guardias lo amordazaron mientras el Primer Ministro mostraba un dibujo del otro prisionero.

 —No ha hecho más que dibujarla, tiene cantidad de esto—. Aseguraba.

—¿Pretendes que dé crédito a semejante historia?—.

—No precisamente a mí—, al tiempo que mostraba una orden de la corona española. —pero sí para empezar una empresa. —Declaraba sosteniéndole la mirada—.

—Ya está. Hazte del mejor y sabes bien de quien.

Y ahí comenzó ésta aventura. Al siguiente día en los barrios bajos la guardia real con el Primer Ministro sorprendieron a las amantes de favores que al entrar al portazo aquellas chicas ni se inmutaron, como así también al invitado que los recibía con una sonrisa cínica.

—Qué a vosotros no os debo ni el saludo, si no mal recuerdo de la última vez.

—Siempre habrá formas de crear nuevas deudas. Mejor que te vistes y dejas tus favores a un lado. —Atajó el Primer Ministro—.

Con pesadumbre, bostezo y sin parar de sonreír mira a sus acompañantes: —Qué si vosotras prometéis esperadme así, yo no tardo en deshacerme del lío—. Minutos más tarde, al alcanzarlos donde ellos y escuchar con detalle el asunto en voz del prisionero, miró a su interlocutor y a los presentes y en un alza de hombros tira a reír. —¿Y esperáis que os crea y a éste loco me lo lleve? Antes a por expediciones y ahora tras un mito, ¿qué hay detrás del juego mental?—.

—Que si no quieres nuevos conflictos, que una buena paga ya te vale.

Y pronto empezaron los preparativos en puerto. La noche antes de partir, sus sensuales acompañantes le hacían sugerencias para su viaje. —Buen Capitán, que te valdrá hacer a la tripulación de los consejos de la diosa Circe. —Mostráronle una agradable cera como la miel—. Que si cubrís los oídos de tus navegantes, no seréis seducidos en sus cantos melodiosos. Narran los que la han visto que su piel es cual blanca tersa perla del mar, que su cabello fue confeccionado del reflejo azul del brillo estelar de la noche y que en ella vive el espíritu del profundo de los océanos y del intenso rizo oscuro de sus pestañas habitan los sueños eternos, cuentan que fue nacida del palpitar de la noche, quizás tenga algún vínculo con la luna, de cierto sea. Mas, si quieres buen marino nosotras podríamos susurrarte cantos al oído y envolverte en nuestros propios encantos—.

—Antes de zarpar, ¿por qué no disfrutar de vuestros encantos? —Esa noche sólo serían testigos de las caricias del amor el vuelo de las cortinas y la luz de las velas.



COMIENZA LA AVENTURA




—¿Habéis escuchado? Quien liderará la expedición es el mismísimo pirata conocido como el siguiente 'Barba Negra'.

—¡Vale, hombre! Qué es el mismo que ha zanjado los navíos del rey y ha hecho tomas de fuertes para someter a la corona en tiempo de hambres.

—Qué como si hay Dios que hace justicia. Pero a oídas que es un tipo temerario y voluntarioso, qué más vale andar de cuidao con él.

—Pero también que siempre he prometido las más grandes proezas y batallas. —Salía a su paso e irrumpía—. Mas, que si sois 'marineros de aguas dulces' porque vuestros nervios no dan para semejante travesía, dar paso atrás, que esto va sólo para los osados. De lo contrario, venid chavales, que nos aguarda un 'mito'. —Y abrióse paso entre ellos hasta llegar a muelle donde eso ya era una algarabía de toda clase de sonidos, voces y movimientos—. Nuestra excelencia debe tener sumo interés y prioridad, para que sea su flota naval, eh. —Acentuaba sarcástico encendiendo un puro al llegar con el Primer Ministro y el Almirante mirando los gigantes flotantes con aves al vuelo—. ¿Compañía, eh? —Despectivo y sin esperar respuesta al señalar con la vista al Almirante—, sea.

—Jamás serás de las confianzas del Rey, aunque por ésta ocasión tú estás al mando, como Capitán. —Concretó el Primer Ministro.

—Caballeros. Deshagámonos del asunto de una vez. —Sin esperar adelántose a tomar voz y, a las posiciones de todos los hombres ordenó con cinismo: —¡Recoged amarras y desplegad las velas, que debemos ir en busca de una sirena!—. Y así, los gigantes navales zarparon al compás del golpe sonoro del cómitre, mar adentro.

Y los días y las semanas transcurrieron con la ruta que el prisionero les marcaba, para llegar a los meses. Un mes, dos y las aguas tranquilas que era buena época del año. —¡Acá, acá!—. Que mientras más avanzaban el mar no tardaba en anunciarse, vestigios de navíos aparecían por doquier, cuerpos y restos de cuerpos para asombro y alerta de toda la flota, y entre los anuncios, por un lado restos de la bandera española y por otro, la bandera francesa. —Que ya os digo que nos adentramos en la zona donde ocurrió aquello. Mi Capitán; señor, debería dar la orden—.

—Ya está. Que el almirante aliste a la tripulación con los 'consejos de Circe'. Iré a tomar un descanso, que esto se torna interesante.

Y las horas pasan y el cansancio gana. El mar en calma y la noche abriéndose paso en el ocaso y la tranquilidad como meses, semanas y días anteriores, con dicha alerta, ahora gobierna. Así como el eco del viento hace vaivén y soplan vientos del norte la brisa del mar. El suave golpeteo del agua con las galeras se vuelve caricia en ésa tranquilidad, una caricia como un encanto, un encanto como un suave y sensual eco melodioso esparciéndose en las aguas, armonía de suave frenesí entre voz y eco transportada en mar.

Y qué hacer si la brisa lleva el suspiro de la sensualidad que acaricia sutilmente el sentido del oído y por ahí se cuela en un eco que toca cada fibra, célula... O qué hacer si por el aroma de la brisa se introduce el sabor del mar inundando todo el sentido del olfato para que al final suaves gotitas se impregnen en cada poro de la piel, penetre y recorra un canto; un canto que despierte el sentido del tacto y... el de la posesión...

Y eso no dilató entre los necios de atender los consejos de la Diosa Circe, fueron los primeros en mirarse y bajo el influjo de la seducción codiciaron el origen de esas caricias... y pronto espadas, gritos y sangre jugaron con aquellos cuerpos. Los precavidos despertaron sólo para defenderse al verse perdidos de hacerlos entrar en razón y a la voz del Capitán y del Almirante izaron velas para salir del lugar en busca de su objetivo. Con el catalejo, surcando la vista, el Capitán sabía que esa era la única oportunidad, no habría otra ocasión. Mas, los otros galeones al verlos en marcha fueron a su persecución, no serían ellos quienes la tuvieran.



A esa fiesta de aromas y sabor a sangre no tardaron en llegar los tiburones que a los caídos y los que se arrojaban en su sinrazón, de fauces y gritos invadieron el mar en exquisito delirio carmesí... Sin dar crédito al terrorífico espectáculo a la orden agilizaron los cañones que los otros ya apuntaban.

Entre batalla y caza, las horas pasaban y sin dar tregua al cansancio, el Capitán surcaba el mar con su catalejo: 'Aparece, sirenita, sirenita. Desde ya te digo que no te dejaré escapar, serás mía. Sirenita, sirenita, ven'. —Se decía a sí—.

La espera, sólo trajo la calma y la guarda de los sobrevivientes en batalla, ahora tocaba la caza y de un avisto, el alba la señalaba. Al curso y a la caza los hombres apuntaban con sus armas y al atajo y negativa de la orden del Almirante. —El Rey la desea intacta—. Sentenció sosteniéndole la mirada al Pirata—.

—No es mi intención dañarla—. Revira y corta de tajo. —Vuestros hombres que parecéis venir con concreciones desde puerto—, y a la voz de éste, arman estrategia de redes. Entre más aprisa ella, más fuerte era la orden del cómitre en la avanzada del tambor en el clamor de los remos al alzar la velocidad.

Acorralada, sin entender qué sucede y sólo a su supervivencia se encuentra con una red de la que logra escaparse. A un movimiento y al grito de: 'Se nos escapa', —No, no se nos escapa—, asegura para sí, el Capitán apuntando y dispara con red sorpresa hacia ella certeramente; al instante, ayudados por poleas jalan decididos. A la fuerza y desesperación de la presa es emergida del agua y elevada al barco, con el sonoro triunfo de todos, al tanto que se abren paso el Capitán y el Almirante.

—Buena pesca, Pirata—. Reconoció con altivez el Almirante mirando a la presea. —No saldrás de ahí, linda. Mejor que te estás quieta—. Declaraba al encontrarse con la mirada de ella y al Capitán algo ya no le gustaba.

—¿Qué pretendéis hacer? —Cuestiona de inmediato.

—Eso ya no es de tu interés. ¡Tripulantes, volvamos a tierra! ¡Bajadla!, que debemos amordazar sus cantos si no queremos otro desastre.

Sin tiento al quitarle la red y verse expuesta y endeble es amordazada. —¡Basta, imbéciles! La lastimáis—. Impera el Capitán retando con la mirada al Almirante.

—Hazlo tú, Pirata—. Arrojándole la soga y a un intento de que su contrario diera un paso al frente hacia él, sus hombres apuntan con sus armas de inmediato. —Que sea un buen amarre que ella tiene destino. ¿Vosotros, qué miráis! Volved y haceros de vuestros puestos—. Ordena dando la espalda al pirata, para tomar el mando de los dos galeones sobrevivientes y dirigir el retorno desde su propio navío con la tripulación devolviéndose a lo suyo.

Viéndola detenidamente, acércose con cuidado ante el inminente miedo y temblor de ella que trata de esconderse en lo que puede de sus cabellos que quedaron libres. —Tranquila, prometo no lastimarte—; mas, ella no paraba de buscar resguardo en sí misma. —No intentaré nada. Mira, que no me acercaré pero veo que te está lastimando la mordaza, si me permites—. A la altura de ella, con sumo cuidado intenta desatarla mientras trata de calmarla con su voz. —Lamento las marcas—, declaraba al quitar la mordaza. —¡Cómo son imbéciles!—, reconocía a sí mismo. Con tiento juntó las dóciles manos de la escondida aún mientras repetía tantas veces fueran, la técnica de falso nudo. Y la repetía buscando su mirada levantándole con cuidado el mentón para después hacerle un guiño y prestara atención con la intención de que ella entendiera, desataba y decía que no quedaba bien, mostrándole cómo zafar el nudo para después hacerle notar que por precaución debía amordazarla; mas, sería cuidadoso. Dicho y hecho lo último, sonrió y a su guiño se levanta y vuelve para volver a su camarote de mando.

Momentos después con el viento y secarse, ella misma se sorprende de su propia transformación. Asustada, lo primero que hace es alcanzar así sentada la red que seguía a un lado suyo y cubrirse sus piernas para no ser vista. Y es que también vivir en el mar, sólo te hace conocer de una forma la vida.

 A la par de vez en vez, el Capitán desde su camarote de mando y el Almirante desde su propio navío, miran con su propio interés la presa.

Sin embargo, también la curiosidad hace lo suyo y la naturaleza hace prestar atención. Su mirada no puede evitar la curiosidad de aquellos hombres incorporados y sostenidos con esas extremidades inferiores y alza un poco la red algo temerosa y se mira para cubrirse con rapidez. El día daba paso a la tarde y brindaba tranquilidad a la travesía y también en cubierta. Mirándose la atadura de sus manos, como puede se hace del cabo suelto, hala levemente y en su sorpresa se ve libre y hace lo mismo con el nudo de la mordaza, cuidándose de no ser vista, se quita la red y se levanta sosteniéndose de lo que puede, algo de dificultad al principio y al tiempo la naturaleza hace lo suyo. 

Invadida de felicidad y alegría, sin más camina sutil y sus pies descalzos sólo van a una dirección, las escaleras y al hacerlo, puede subir y lo hace descubriendo también lo que es mirar el horizonte desde otra perspectiva y continua hasta topar con la puerta del camarote y por instinto una mano en el picaporte y la otra tratando de abrir eso, pero a un movimiento de pronto se abre y entra, sorprendiéndose de la vista en el interior y se adentra más a la novedad. —Vaya falta de modales. Ya se ve que no estáis enteraos aún, qué primero hay que... ¡Cof... cof, cof...!—, a la voz de él, ambos se miran y ella le sonríe mientras él casi se ahoga con su bebida a la vez que ella se devuelve y sigue caminando mirando y tocando todo lo que puede ante la mirada atónita de él y boquiabierto sólo atina a decir: 

Algo tendremos que hacer con tu cuerpo, 'aspecto'—. Y la sigue mirando, —¡Hostias!—

De inmediato se levanta hacia su armario y toma una camisa para dirigirse a ella, entregándosela en sus manos. —Vístete—. Y ella sólo sostiene la prenda, ante la expresión y movimiento de él, de: 'Qué más'. Le quita la camisa y con algo de enfado se la mete haciéndole señas que debe ella acomodarse las mangas, pero nada, ella inmóvil. —Ya está, qué te visto—. 

Al finalizar se devuelve sin tardía a su escritorio y sus planos, mirándola que sigue en lo suyo. Y ella se acerca a la ventana, al haz de luz. Al tiempo que ella va alzando su brazo, imposible que a él se le abran más los ojos con el trasluz de su camisa y la silueta de ella y él mueve la cabeza de un lado a otro: 'No, no, no, no hagas eso, no. Me muero', piensa. —¡Hasta ahí!—, ordena. Y de un movimiento se levanta para moverla de la ventana a la sombra. —Ahí—. Pero pensándolo mejor la lleva consigo a la puerta. —Puedes caminar, ve y explora en otros lados, fuera, fuera fuera de aquí, qué me ocasionarás un infarto—. Cierra la puerta al sacarla. —¡Sirenas!—

Regresa a su escritorio tratando de concentrarse en las rutas del mapa. —Las sirenas no existen—. Se repite una y otra vez. Ella desde afuera sólo mira la puerta que le ha sido cerrada y sin más, por un pequeño marco, ésta se asoma y lo mira hasta que él alza encontrándose ambas miradas, sin saber porqué al sentirse intimidada se aparta de inmediato de ahí. —¡Alaaaaaaa!

Momentos más tarde, divertida ella de lo que está conociendo baja a cubierta y toma una caracola del mar y, qué saben de música si aún no te deleitas con la de una caracola y más aún, cuán bella puede ser la naturaleza de saberse de pie y bailar a su propia manera con la música que ella conoce, sonreír sin fijarse en nada más. El Capitán sale de su camarote a lo suyo e inevitablemente ahí está, bailando sin preocupaciones con la mirada de los tripulantes, por un momento sonríe y porqué no, desciende a donde ella y con cuidado le quita la caracola y mira a los demás. —Música, porqué no—. Ordena y a la sonrisa de aquellos pronto el ambiente es alegría y al hacerla a sí de su cintura, comienza a bailar con los pasos inciertos de ella y él sonríe de verla emitir pequeños ruidos de alegría y sin más de un movimiento la sujeta de la cintura para girar con ella y para su sorpresa, su primera reacción es enredarse con sus piernas por su cadera al vértigo de la vuelta. El corazón sólo necesita un motivo para acelerar sus palpitaciones y por un instante todo tiempo se detiene; contemplándola solamente y por instinto la hace más hacia sí, soltando ella un pequeño quejido, pero no la suelta, la deja así.

De manera abrupta la diversión se apaga a la orden del Almirante, cuestionando todo el alboroto. El Capitán sin preocupación alguna lo invita a unirse a la fiesta. —Ella debería estar atada, qué es una prisionera—.

—Para mí punto de vista, está bien atada—, con tono cínico al Almirante. —¿Cierto?—, dirigiéndose a los presentes de ambos galeones. Y todos al unísono afirman a la expresión de hastío del Almirante. —Dudo que sea una prisionera, ha hecho nada—. La va bajando y soltando con cuidado.

—¿Nada? De una flota naval sólo estos dos galeones y restos de navíos franceses y españoles, ¿y eso es "nada"? Es contundente que está en calidad de prisionera—.

Sintiéndose agredida, de inmediato se esconde detrás del Pirata, pega su rostro a su espalda y cierra los párpados. Éste, con sentido agudo al almirante, de soslayo la mira perplejo al sentir como lo abraza hasta su corazón 'No hagas eso, sirena'; piensa, mas ella, instintivamente va subiendo una pierna por el muslo de él. '¡Sirenas!' Piensa. —Que si lo razonas mejor—, revira al almirante —dos galeones de una flota de mercenarios a la defensiva de ella, a lo que es conocido como sentido de la supervivencia, es lo más lógico. De vosotros todos nos defendemos, ¿alguien de aquí desacuerda de esto?— La tripulación completa afirma con movimientos de cabeza ganándose su simpatía.




El cruce de palabras es interrumpido al aviso del marino que anuncia barcos a la vista. Todos se preparan en sus puestos de inmediato. En un lapso de tiempo corto, los navíos españoles van acercándose a ellos y hacen lo de costumbre, saludos, preguntas cualquiera y uno de los marineros españoles logra ver con su catalejo desde lo alto del mástil la figura de una mujer con las características descritas buscadas, sin perder tiempo hace una señal y el Capitán español pide la entrega de la mujer. A la negativa como respuesta, se hacen a las armas.

Por su parte el pirata se mueve con ella para su salvaguarda en algún lugar del galeón, poniendo su índice en los labios de ella, le pide callar y no cantar porque eso ahora era asunto de hombres y estaría ella mejor. —Ya se ve que eres la más buscada—. Se retira para agregarse a lo que era ya una batalla. 

En un lapso corto de tiempo, entre ríos de sangre, partes y cuerpos destrozados y el festín de los tiburones, eran rodeados los galeones, pareciera que el escenario estaba decidido. Por instinto de supervivencia, su voz femenina empieza a cubrir el ambiente; mas, entre espadas y armas de fuego, el pirata a corta distancia se da cuenta que, como ellos, también los adversarios se han hecho a las previsiones de la cera de miel y ve como uno de ellos la toma y en grupo es llevada hasta el otro barco, sin perder el tiempo quitándose de los obstáculos a disparos certeros, no la pierde de vista, sus hombres lo cubren. En tanto los cañones vuelven a levantar abriéndose paso, el galeón que ha servido de protección es preparado para su estallido, que al parecer sería como lograrían derrocar a su enemigo.

El pirata ya se ha hecho del barco enemigo con sus hombres y sin dilación para rescatarla. A un grito, los hombres que pueden del galeón protector logran abordar uno de los barcos enemigos y al instante el galeón es dinamitado. En ése estallido y lluvia de fuego, el pirata toma de la cintura a la sirena sujetándose de una de las cuerdas del barco para poder saltar al suyo. Y ella; sin más, se abraza a él y con sus piernas lo rodea por la cintura. Y qué es un momento, sino ése en el que todo pareciera detenerse. Él, ya sin sorprenderse y sonriendo, la mira y la presiona un poquito por la cintura soltando ella un gemido y un jadeo, lo vuelve a hacer un poquito más contra sí y otra vez ella vuelve a gemir. Divertido, sonríe, sujeta fuerte la soga y se lanza con ella por los aires hasta su nave.

Los saldos de vida tras una batalla, a los días siguientes se siguen contando, con hombres heridos y otros limpiando la odisea de lunas ha. Los días venideros deberían traer mejores presagios; mas, tampoco el navío se deja vencer de las turbulencias y la bravía del mar.

Y todo ha de suceder pronto al tocar tierra firme conocida a horas de madrugada. Una guardia a la espera, los recibe sin emoción, más bien con órdenes prestas e inmediatas. A la orden del Almirante y a la resistencia de los tripulantes, tempestivamente se hacen de la azuzada sirena y el pirata es sujeto y derribado a golpes certeros y antes de caer inconsciente logra divisar a su enemigo con una bolsa de monedas arrojándosela. —Ya no eres necesario, pirata. Agradeced la paga y no la falta de tu vida—.



Al día siguiente, todo es clamor y euforia entre la gente por la noticia. Todos quieren conocerla, quieren mirarla, saber cómo es. Y en la corte es llevada en una pecera con candados ante los presentes atónitos. Las damas de la corte no dejan de exclamar su asombro, hasta la aparición de sus excelencias. El rey se adelanta para verla de cerca, camina con detenimiento alrededor de la pecera previamente confeccionada. —¿Se ha mantenido así todo éste tiempo, quieta?— Inquiere al Primer Ministro.

—Su excelencia, así es. —Responde de inmediato.

—Que ésta ha sido una aventura total, Almirante.

—Con éxitos, su majestad. —Señala con una media reverencia.


—Enhorabuena. ¿Tenemos noticias del arcipreste y el arzobispo, Sr. Ministro?

—En camino.

—Bien. Habéis comprobado con vuestros ojos su existencia. Retiraros ahora, vuestra curiosidad ha sido satisfecha—. Con la orden, todos se retiran del lugar quedando sólo con el Primer Ministro. —Cuánta belleza, ¿cómo puede existir un ser así? Dócil, como si hubiese aceptado su destino. Y somos quienes dejemos la constancia a la historia. Que se aliste la magna celebración para el pueblo, que sea adorado su rey, como el más grande de todos, incluso más que cualquier César romano.

—El hechicero no dilatará en llegar, su majestad. —Sin quitar su mirada de la sirena, dándole la espalda a su interlocutor, alza su mano indicándole se retire para estar solo con ella.


TABERNA

Durante el mismo lapso de tiempo y con el transcurrir de las horas en los barrios bajos también esperaban noticias. No hubo lugar donde no se comentara del acontecimiento y de sus protagonistas y cierta fama que habían ganado con la hazaña. Sólo que al afamado pirata, tras recuperarse sus pensamientos estaban centrados en un movimiento, rescatarla.

—Espera hombre, qué has perdido la cabeza. ¿Por qué harás eso? Qué sólo te expondrás, ya tienes tu paga. Ya está, qué es sólo una 'sirena'. —Intentaba razonar su amigo con él mientras sacaba un puro de su bolsillo—. ¿Acaso hiciste algo con ella? —Y el otro sólo negaba con la cabeza. Unas buenas damas al tanto de las proezas del afamado pirata se acercan a él gustosas de caricias a oferta. Él, agradeciendo de sus bondades, las aparta sin mayor interés. Su amigo sólo se ríe. Ya, vale. Que hiciste 'nada' y la sirena lo mismo, 'nada'. —Acentuaba irónico—.

—Quédate con el pago—. Atajaba mientras afilaba con ahínco su navaja de mango largo. —Una 'sirena' que sin contar que traigo la cabeza llena de jadeos, suspiros y cantos, y se ha paseado desnuda ante mí, literal—, su amigo da una bocanada al puro—. Y por alguna razón, siempre termina 'enredada' en mí. Y 'nada' hizo, absolutamente 'nada'. —Sin más, de un movimiento lanza su navaja a la diana, cruzando ésta en el trayecto con el puro, llevándoselo para quedar exactamente en el centro de su objetivo. Sin inmutarse siquiera y sin interés toma otro puro y ofrece otro a su amigo y con tranquilidad ambos prenden lo suyo.

—Absolutamente 'nada'.  —Observa escuchándolo atentamente y exhalando el humo—. Sirenas, eh.

—Sirenas. —Y ambos dan otra bocanada de aire a su puro.

A un salto a la mesa el amigo del pirata, exclama a los llegados: —¡Ea! Parias del mundo, qué ya se oxidan, tenemos que rescatar una sirena de la corona—. Al llamado, todos en el lugar empuñaron sus armas. Prestos los hombres a una nueva proeza se alistan sin demora a fraguar su plan.



LA CELEBRACIÓN

Por su parte en el reino ya se trata ante la corte sobre el tema del destino del ser. El arcipreste y el arzobispo concuerdan exponiendo sus fehacientes argumentos. Previniendo no reparar ni dejarse influir por tanta tranquilidad y docilidad de ella. Y cómo saber si ése ser es creación de Dios o proviene de alguna clase de infierno, habría que tomar las medidas necesarias en adelante para tomar precauciones sobre futuras expediciones al mar ante tal descubrimiento, que por cierto, para muestra de que no era creación de Dios, se contaba con los vestigios de aquellos naufragios que no hallaron buenas tierras a donde llegar. Algunos presentes concuerdan con lo expuesto. Otro en cambio observa de inmediato, que eso no tiene sustento; ya que, como hijos de Dios todo ser vivo pelea y ante amenaza se defiende y por lo tanto no es razón válida para quitarle la vida. En esa audiencia se van las horas para llegar a la tarde.

Sin embargo también está el futuro y las generaciones venideras, bien valía exhibir ante el mundo su existencia, razón de sobra a tanto alboroto y búsqueda de ellos. Con los datos asentados en el acta especial sería enviada la decisión al Vaticano. El rey concluye y solicita la presencia del hechicero. Uno de sus guardias se acerca para dar aviso el pueblo ya está en cánticos y celebraciones en espera de su rey, la guardia real también hace su ronda.  

El hechicero tomando su tiempo, le explica a su majestad que el cóctel que ha hecho, habrá de apagar su melodiosa voz y su respiración aminorará con cada latido. Mas también, en cada latido, la belleza de la sirena prevalecerá sin perder nada físicamente, muriendo todo por dentro, asegurándole que ni el paso del tiempo deteriorará ni el más mínimo poro de su piel, será eterna y con ello, el nombre de su excelencia. —Sólo es cuestión de verter el brebaje en el agua, su majestad—. Acto seguido, abre una rendija de la pecera. El rey sonríe.

—¡Qué comience la celebración! —Ordena el rey.

Y desde cielo azul, aquello es una gran algarabía de justas, arlequines, trapecistas, mimos, enanos y bufones en plena plaza, en fin, un gran espectáculo circense y en medio de la euforia que ya no quiere hacerse esperar, al gran anuncio del primer ministro, con tambores y trompetas, vítores a su rey y en toda su magnificencia, el gran cortinero es recorrido por los enanos y al unísono de la voz atónita de los presentes.

Momento que es aprovechado entre el asombro y la distracción para los rebeldes mezclados entre el pueblo que, a la señal del vuelo de una paloma blanca, de las proximidades del reino, hombres armados a caballo hacen el avance inminente. Entre el tropel y el fuego se abren paso. En medio de esa batalla van prendiendo fuego para causar distracción, hasta llegar a ella, con ayuda de los mismos, rompen los candados y abren la pecera liberándola, el pirata con cuidado seca su cuerpo y a su transformación, él la viste con su camisa sonriéndole con un guiño. —Qué luces bien con mi ropa, eh—.

Del lugar salen los jinetes, rumbo al muelle que es colindante al castillo, en un camino que bien podría afirmarse que más bien era un derrocamiento, perseguidos y esperados por el ejército real. Qué difícil era llegar hasta la libertad, en el muelle cuando ya no hubo más qué hacer una bala da con certeza al corazón de él. Ella lo mira y él en un último movimiento alza ensangrentado su brazo, le sostiene la mirada: —¡VETE!—. Se devuelve y con la vista nublada dispara a sus enemigos, ella salta al agua y él cae al agua perdiendo la conciencia. Y es entonces que la mano de ella toma la de él y se lo lleva con velocidad a lugar seguro. Sin embargo cada impulso que da su corazón se aligera, el preparado del hechicero está haciendo efecto, girando a él, lo mira, acaricia su rostro, con amor besa el dorso de su mano y acerca sus labios a los de él y se queda así, mientras con su mano en la herida de él y en último aliento le entrega su vida, curando y sanando su corazón.

No puede hacer más y sólo busca llegar a otro lado de la isla para quedar protegidos, pierde fuerza e impulso y él comienza a recobrarse, un último esfuerzo ya casi logra llegar a tierra, en agonía lo suelta e instantes después, el brazo de él la sujeta por la cintura y nada hasta la playa. Y una vez en playa termina por recobrarse y la sostiene.

—¿Por qué! ¿Por qué lo hiciste!— Ella sólo lo mira y en ésa mirada, sí, en ésa mirada hay más de mil palabras, el sentimiento a flor de piel que no necesita del habla. —No, no así, no. ¿Cómo es que te encontré así? Nunca debí... —unas lágrimas de ella brotan y él las enjuga—. Perdóname. No te vayas, no. —Y en su dolor inmenso, ella pierde la vida. Sabe que se ha ido pero no piensa dejarla de abrazar—. No así. —Y el ocaso los alcanza y de un destello fuerte desde los cielos atraviesa una luz directo a la cercanía de ellos. Él, confundido alza la vista y con paso firme se acerca, con arco y flecha, indudable, ante él, el Dios Eros se inclina toma a la sirena, sin mirarlo y del mismo modo asciende velozmente al firmamento y, un grito de dolor sale de su pecho al verse sin nada.

Del amor al odio, toda lágrima de dolor se ciega de odio. Y decidido va en busca del que se la arrebató. Atraviesa así todo el camino, hasta ese escenario de destrucción total, la flota en llamas, no se detiene, toma un caballo en dirección conocida. Qué era eso que los hombres habían destruido y terminaron por destruirse a sí mismos. No tardo en llegar encontrando sólo desolación y para su sorpresa lo halló, ahí, expuesto a merced de cualquiera, en un estado de enajenación de ver todo lo que había perdido. Alzando su arma y apuntando a su contrario está por disparar; mas, en ése momento algo le hace detenerse, mira a su alrededor ése panorama. Un rey había perdido su reino por vanidad y ambición. Y se detiene a mirarlo. —Y de no haber sido por ti, no la habría conocido a ella. De no haber sido por ti, no habría conocido por vez primera el significado del amor. De no haber sido por ti, no habría sentido todo lo que sentí, incluso éste inmenso dolor. No tiene caso, tú ya te has dado tu propio castigo y que será ante Dios que rindas cuentas—. Arroja el arma al piso y se va, parte directo al lugar donde estuvo con ella la última vez. Y ahí se queda tratando de buscar tranquilidad donde aún se divisan los rastros del terror vividos y sumido en tristeza y con las horas queda dormido, sólo tocando con su mano el lugar donde estuvo ella. Y duerme profundamente. Duerme sin sentir nada y una ráfaga de luz desciende a donde él y de inmediato es alzado surcando los cielos; allá, donde la 'Ultima Estrella late el Corazón del Mar...'






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